Paella con chile

lunes, febrero 27, 2006

Una 'cridá' con lluvia...

Para entender el enamoramiento de los valencianos ante estos festejos, este año viví por primera vez de cerca las Fallas. Para esto había que presenciar algunos de sus eventos importantes, como la “cridá” y la “mascletá” de pirotecnia .

La primera, “cridá”, es un acto con el que se inician las Fallas, en el que la fallera mayor, desde las Torres de Serrano (una de las dos puertas de entrada, que se conservan de la antigua muralla que rodeaban la ciudad) , invita a los valencianos y visitantes a la Fiestas de las Fallas. En este sitio también se cuenta con la presencia de la fallera menor infantil, sus cortes y autoridades del ayuntamiento, encabezadas de nueva cuenta por la alcaldesa Rita Barberá, quien por cierto ya lleva alrededor de 15 años en la alcaldía.

Este año me programé con tiempo para presenciar el acto desde el principio, sin embargo aunque todo parecía ir bien, "Tláloc" (Dios de la lluvia, en lengua náhuatl) hizo de las suyas y justo cuando empezó el programa con un despliegue de bailarines en lo alto de las torres y otros más haciendo rutinas mientras se deslizaban por los pilares, empezaron a caer gruesas gotas de lluvia, que minutos más tarde se convirtieron en fuerte aguacero. Esto, desde luego, deslució la fiesta, pero no el entusiasmo de la gente, que pese a todo siguió ahí, desafiando las inclemencias del tiempo.

Sigue la lluvia...

Luego de varias intervenciones por parte de las falleras y la alcaldesa, se terminó la “cridá” y la comitiva se trasladó a la Catedral, donde las falleras representantes presenciaron una breve ceremonia de bendición y depositaron ramos de flores a la Virgen de Nuestra Señora de los Desamparados, patrona de Valencia.

El aguacero siguió tan intenso como al principio, y aunque desde las Torres de Serrano decidí acercarme a la Catedral, soportando la lluvia (no llevé paraguas), valió la pena vivir de cerca esta celebración, porque descubrí la emoción y el sentimiento que los valencianos le ponen a esta fiesta.

El acto en Catedral terminó y quienes seguramente traían vehículo, dejaron el recinto corriendo bajo la lluvia; otros, como yo, decidimos esperar a ver si paraba de llover. En eso empezó la celebración de una misa ante la presencia de personas que decidieron quedarse, entre ellas yo, que continuamente me acercaba a la puerta para ver cómo iba la situación.

Se acabó la misa. Algunos nos acercamos a las puertas con la cara frustrada al ver que la lluvia no paraba, más cuando de pronto el sacristán se acercó y sin pena ni gloria nos dijo que tenía cerrar y que no podía esperar más tiempo.

“Nos echa de la casa de Dios”, le dijo una persona mayor que al igual que otros de su edad no traía con qué cubrirse la cabeza. Yo nomás vi al sacristán, quien con rostro adusto demostraba que hablaba en serio. A los pocos que quedábamos, no nos quedó otra más que encoger los hombros, enfilar nuestro camino y salir a enfrentar la lluvia.

Este señor, en efecto, ¡nos había echado de la casa de Dios! Yo, mientras tanto, disfruté la lluvia (no me quedó de otra), caminé hacía el coche, que lo dejé bastante lejos y me fui reviviendo lo de esa noche.

Me gustó mucho, por supuesto.